martes, octubre 28

Un amigo fotógrafo visitaba New York y le pedimos algunas imágenes del edificio donde Joseph Hubertus Pilates mantuvo su estudio por casi cuarenta años. El lugar era bastante fácil de ubicar. Ocupa el número 939 de la 8va Avenida, y casi hace esquina con la 56. “Unas fotos de la fachada”, le dijimos.

La 8va es una vía paralela a Broadway, por lo cual no es de extrañar que el sistema de ejercicios desarrollado por este alemán, nacido en 1883, fuera tan popular entre actores, actrices y cantantes, aunque también llegaban funcionarios de la ONU, millonarios, amas de casa, oficinistas y escritores de éxito para tomar sus clases.

Eran tantos que debían anotarse en una lista de espera, y esta demoraba meses en moverse.

Lo primero que nos envió nuestro amigo, fotógrafo profesional, fue un video. Estaba de espalda al lugar en cuestión y nos hablaba. Era un video mensaje desde Whasapp. “Lo están reparando al parecer”, nos dijo: “Casi no logra verse el cartel que avisa del estudio de Pilates”.

En efecto, sólo se podía divisar un andamiaje que inoportunamente ocultaba las referencias al emblemático estudio, llamado alguna vez “maravilloso gimnasio”; otras, “milagro de la 8va Avenida” e incluso: “la meca de Pilates”.

El edificio parece camuflado por el tráfago de la vida diaria que determinan las interminables oleadas de turistas. A simple vista luce como cualquiera de esos inmuebles vetustos que sobreviven a la modernidad.

Visto dos o tres veces con detenimiento no tardo en concluir que en efecto sigue cumpliendo aquella condición que leyera yo en uno de los muchos reportajes hechos a Pilates: se trata de un edificio típicamente neoyorquino desgastado por el tiempo.

Pero, resiste, y se alza como uno de esos espacios clásicos de Nueva York negado a ceder terreno, conservándose para todos, y dejándonos la imagen de aquella ciudad conocida por el cine, donde bloques de concreto dejaban ver la rutina de un matrimonio, o a misteriosos asesinos por sus ventanales mientras escaleras abajo los amantes  y los niños caían hambrientos de noche y vida.

Algunos periodistas que cruzaron las paredes del estudio de Pilates con la intención de atestiguar la efectividad de sus clases, llegaron a decir que se encontraba una vista impresionante: colchonetas, medios barriles y reformers, esas máquinas inventadas por Pilates en las que abundan resortes y poleas, correas, asas y ganchos.

“A primera vista los aparatos del estudio, así como los ejercicios de Pilates, lucen exóticos e incomprensibles, pero sus principios básicos son básicos”, escribió Evelyn S. Ringold en uno de esos reportes de prensa.

Para nuestra sorpresa, nuestro amigo advirtió que en los bajos del lugar donde Pilates daba instrucciones entre cuatro paredes, hoy existe un famoso negocio relacionado directamente con nuestra cultura.

No teníamos esas expectativas y fue una sorpresa. Ni siquiera esperábamos encontrar algo que de alguna manera se vinculara a nuestro presente, pero la realidad siempre  esconde sus sorpresas y así supimos que allí hay un flamante restaurante de comida cubana.

Lleva por nombre Guantanamera. Según su propietario, el argentino Mario Zárate, compró el local en el 2003. “Era originalmente italiano, pero no trabajaba así y decidí cambiar. Lo cambiamos a cubano y el primer día que lo abrimos, -que fue un 4 de julio del 2005-, fue un éxito rotundo”.

La explicación de que sea tematizado con Cuba está en su música. “La música cubana abarca más de la latinidad, sobretodo en ritmos alegres y bailables”, dijo al sitio Impacto Latino: “El marco de un restaurante cubano nos ofrece la posibilidad de hacer todo eso, a diferencia que si lo hubiera hecho argentino, que es tango y folclore”, fue su respuesta también.

Pero esta ya es otra historia.

Author: Leandro E. Z.

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